No cabe duda que la tecnología ha contribuido enormemente en el desarrollo de nuestros pueblos, facilitando las labores en el hogar y en el trabajo en procura de una mejor calidad de vida. Mientras más desarrollado un país, más inversión realiza en investigaciones científicas para desarrollar tecnologías que permitan extender la esperanza de vida de las poblaciones, garantizando la seguridad alimentaria, la salud y la educación.
La tecnología llegó para quedarse y desarrollarse, dadas todas las bondades que ofrece. No obstante, el fácil acceso a éstas por parte del individuo común evidenciado en las últimas décadas, ha provocado el incremento de lo que se ha denominado la “enfermedad del siglo” que es el “abuso de las tecnologías”.
Varios son los efectos que se han derivado del uso y abuso de la tecnología, como son: efectos psicológicos (aislamiento, individualismo, desapego, etc); efectos físicos (enfermedades ergonómicas, lesiones por movimientos repetitivos) causadas por el uso continuo de los dispositivos móviles por ejemplo; y, efectos psico-sociales (falta de convivencia, dificultades de trabajo en equipo, sustitución de puestos de trabajo y otros).
Con todo esto, la tecnología es ya, parte de nuestra vida diaria y debemos convivir con las conveniencias y consecuencias del uso en las labores de los diferentes ámbitos que son parte del quehacer cotidiano. Sin duda las conveniencias son varias y relevantes, como el "acortar las distancias" con los múltiples canales de comunicación (chats, video llamadas, llamadas con el uso del IP) pero las consecuencias como desapego familiar, individualismo, salud ergonómica y otros, son las que nos mueven en este artículo a pensar en una problemática que no podemos soslayar del discurso progresista sobre el uso e inclusión de la tecnología, un discurso que debe llevarnos a la inclusión sistémica en la visualización de todo el contexto, para de ahí propiciar mejores prácticas en el cada vez más complejo mundo de las nuevas tecnologías.