En 1959 la Organización de las Naciones Unidas (ONU) firmó la Declaración de los Derechos del Niño, que proclamó el derecho de todos los niños y niñas del mundo a recibir un cuidado adecuado por parte de los padres y de la comunidad. La Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, en 1989, intentó consolidar la legislación internacional sobre derechos básicos del niño en cuanto a supervivencia, educación y protección frente a la explotación y los malos tratos.
Sin embargo, aunque los esfuerzos de las organizaciones internacionales han conseguido algunos resultados, la experiencia real demuestra que los niños son constantemente violentados por los adultos. Los estudios han revelado que la mayor parte de los padres que abusan de sus hijos, también han sufrido ellos la misma situación en su niñez. La violencia doméstica también está relacionada con los niños maltratados y con acciones verbales y psicológicas que pueden ser cometidas tanto por mujeres como por hombres.
La realidad de países en vías de desarrollo, como el Ecuador, donde las leyes todavía no se cumplen estrictamente, el nivel de maltrato que sufren los niños por parte de sus padres, es alarmante, pues han existido casos inclusive de muertes producidas por golpes. Este terrible fenómeno es muchas veces, aunque no siempre, el producto de la ignorancia y la falta de educación de los adultos maltratadores, aunque esto no puede ser excusa para un comportamiento tan cruel. Parece ser que los padres descargan todo el cúmulo de sus propias frustraciones en los hijos, esas personas indefensas física y emocionalmente que solo esperan de sus padres afecto y protección, pero que al contrario reciben de ellos golpes e insultos que los denigran y humillan.
Este modelo de “educación” tan anacrónico, violento y cruel se ejerce desde muy temprano, cuando apenas los niños tienen escasos meses de edad, y desde allí se establece este terrible modelo de interacción entre padres e hijos, que permanece hasta la edad adulta, y que deja en los niños cicatrices imborrables.
El niño que es tratado con violencia se torna triste, resentido y rebelde, desde su pequeña reflexión no entiende por qué se le golpea, no puede defenderse pues el adulto tiene la autoridad ilegítima que le da la edad y la fuerza. Y esos adultos no son extraños, son padres y madres, que no están dispuestos a dar a sus hijos el tiempo y la atención que ellos requieren, porque piensan que los niños son seres de poca importancia, que molestan, que se mueven, que se caen, que se golpean, que se ensucian, que se mojan, que no hacen los deberes, que no quieren comer, que no obedecen... Los adultos no consideran que todas estas y otras actitudes son formas normales de comportamiento propias de los niños, que no son adultos pequeños, sino seres inquietos y curiosos que están descubriendo el mundo.
No debería haber un día del niño cuando todos los días ellos son maltratados y sus derechos vulnerados; para qué sirve un día del niño si no sabemos entender su especial y espectacular forma de ser, y vamos quebrantando día a día sus derechos en todos los aspectos de su vida.
Se debe cambiar radicalmente la forma en que se trata a los niños, entender y atender sus necesidades, que no son solo comida, vivienda o educación, sino un trato especial como personas que merecen todo el respeto y el afecto de quienes les rodean. Un niño que es criado con cariño y respeto, difícilmente podrá tornarse en un ser violento y agresivo.